Grandes esperanzas
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Publicado 12 de abril de 2019 • 00:45 Hs.
Olivia Castro Cranwell tenia 14 años cuando descubrió, por casualidad, que era hipoacúsica: «Mi profesora de ciencias lo sospechó y en la audiometría saltó que no escuchaba nada del oído izquierdo. Para mi madre fue una sorpresa, nunca se imaginó que mis distracciones se debían a una pérdida auditiva, se enojaba cuando le preguntaba ¿qué? cada vez que empezaba una frase», recuerda Olivia.
Hija de madre francesa y padre argentino, asistió al liceo franco – argentino y estudió los dos bachilleratos simultáneamente, tenía buenas notas y por eso tardaron tanto para darse cuenta de su problema: «Era famosa por mi distracción. Me acuerdo de una compañera que siempre se enojaba conmigo porque no le soplaba las respuestas durante la prueba – No te escuché, le respondía, pero ella no me creía».
Recuerda también que el tic tac del despertador no la dejaba dormir y cuando se daba vuelta ya no lo escuchaba, pero jamás lo atribuyó a una pérdida auditiva. Ese mismo año la operaron y el cirujano dedujo que era hipoacúsica desde los tres años de edad por lo calcificado que encontró los huesos. Gracias a esa operación pudo terminar el colegio.
A los 20 años empezó a perder la audición en el otro oído, pero no quería aceptar su problema ni usar audífonos. Dejó la carrera de arquitectura al cuarto año porque ya no escuchaba la voz de los profesores y su sordera le daba vergüenza: «no le decía a la gente que era hipoacúsica, tenía vergüenza, me sentía insegura, no sabía si me habían hablado, si había entendido bien o mal. Miraba a todos con desconfianza, me iba de las fiestas y reuniones sin saludar segura de que nadie me había visto» cuenta Olivia, que entonces a los 22 años se cansó y se fue a vivir a París con sus abuelos. Pero no se adaptó, se sentía diferente y se fue al sur de Francia a trabajar en la vendimia, después a Grecia juntando olivas y naranjas durante seis meses, de ahí a Holanda a una fábrica de flores donde se hizo amiga de un irlandés solitario al que ella le ofrecía comida y él la invitaba a tomar una cerveza con sus amigos, pero «en una de esas reuniones «escuché» que se burlaban de mí. Me enojé y me fui. Al otro día le pregunté a una holandesa amiga de qué habían hablado la noche anterior y no tenía nada que ver conmigo. Le pedí perdón al irlandés, ofendido por mi agresividad. No podía seguir así, algo tenía que cambiar. Decidí agudizar mis otros sentidos, sobre todo la intuición para vencer mi paranoia», relata Olivia del día que decidió hacer el click, aceptar su sordera y a partir de ahí su vida mejoró: empezó a presentarse con un «Por favor mirame a los ojos cuando hablás porque soy sorda».
El primer paso: aceptar su sordera para mejorar su calidad de vida
A los 29 años se quedó embarazada y compró su primer audífono para poder escuchar la voz de su hija. A los 30 años hizo un curso acelerado de lectura labial. Los médicos ya le habían avisado que iba a perder por completo su audición, era cuestión de tiempo. De ahí en más comenzó a comprar distintos audífonos cada vez más potentes hasta no escuchar más.
A los 48 años volvió a vivir a Argentina y al año tuvo un accidente que le cambió la vida: fue a un spa en Entre Ríos para dejar de fumar, había charlas, masajes, piletas, baños de vapor, entre otras actividades. Antes de entrar al baño de vapor se sacó el audífono para preservarlo del agua, cuando se lo volvió a poner no escuchaba más que algunas gotas que obstruían la manguerita que une el audífono del molde. Volvió a Buenos Aires y el problema no mejoró. Después de muchas consultas descubrieron que tenía agua en la trompa del oído y se había hecho crónico: no pudo usar más el audífono y quedó en el silencio total
«Me estaba volviendo loca, solo escuchaba mis pensamientos»
Era tanta su angustia que se inscribió en un taller de pintura. Sus compañeras charlaban pero ella no podía participar, mientras hablaban Olivia «pintaba y lloraba, el silencio me causaba una enorme tristeza», confiesa.
Una compañera le recomendó tomar turno con el Dr. Arauz, quién le colocó el implante coclear en el Instituto ORL Arauz. Desde que conoció al doctor hasta que se operó pasó un año. Olivia no quería operarse, tenía mucho miedo. Cuenta que una tarde llegó a su consultorio y le dijo llorando que se estaba volviendo loca porque solo escuchaba sus pensamientos. El doctor le explicó que eso era normal, la tranquilizó y la derivó con una psicóloga de su equipo con quien, gracias a la lectura labial que Olivia dominaba cada vez mejor, pudo hacer un tratamiento.
A los tres meses de ir a terapia se convenció de que el implante coclear MED-EL era la única salida posible, luego de vencer las trabas que le ponía la prepaga, logró que le autoricen la cirugía y se operó, el silencio era ya insoportable.
«Me operé el 9 de octubre del 2008, el mismo día que mi hija cumple años. Un mes después fue la activación del implante. Al principio todo era confuso pero discriminé las palabras de la fonaudióloga cuando me habló. Su voz era lejana y parecía salir del fondo de una caverna. No pude contener las lágrimas. La emoción era inmensa. Luego empezó la rehabilitación. Al principio los sonidos eran extraños, escuchaba con eco. No reconocía los sonidos, el agua de la canilla sonaba como un terremoto, los pasos en la escalera como notas musicales salidas de un piano. Día a día descubrí un nuevo sonido como un bebé que aprende a escuchar por primera vez. La felicidad y el asombro me hicieron sentir una niña nuevamente. La alegría era enorme», Olivia había comenzado a salir del silencio.
Re-enamorarse y volver a vivir
Olivia se reencontró con Germán, su actual pareja, después de 40 años gracias a internet. De chicos sus padres trabajan juntos y se habían hecho amigos. Olivia estuvo nueve meses sin escuchar la voz de Germán, se escribían por mail y en un cuaderno porque él no modulaba bien entonces era difícil leerle los labios, Olivia recuerda con gracia que «Germán me cargaba y decía que su voz era gangosa y femenina, que por eso había elegido una sorda. Yo sabía que no era cierto pero lo repitió tanto que un día le pregunté a mi madre cómo era su voz. Fue muy emocionante escucharlo por primera vez. Lo conocí de nuevo, me enamoré por segunda vez».
Cuando Olivia empezó a escuchar abrió un curso de pintura al que asisten muchos alumnos con hipoacusia, la comunicación se hizo más fácil y ella se siente más tranquila, ya no tiene que hacer tanto esfuerzo para estar conectada y volvió a escuchar música después de 15 años, asegura que en sus cursos no falta una buena bossa nova.De a poco se va reconciliando con el teléfono, al depender solo de la audición se le hacía muy difícil, si bien le pedía a la gente que repitiera por lo general del otro lado empezaban a gritar y el sonido se distorsionaba. Por eso dejó de usar el teléfono hace muchos años, los mensajes de texto son su gran aliado, y si bien ahora escucha mejor aún es una fobia que sabe que tiene que superar.
«Los beneficios de escuchar con un implante coclear son inmensos. Estoy integrada en la sociedad, puedo trabajar, hablar por teléfono, escuchar la voz de mis seres queridos, las alarmas, las sirenas, las bocinas, la música. Recuperé la alegría de vivir, volví a tener proyectos y pude compartir con muchas personas mi experiencia y mis conocimientos de arte», asegura Olivia, quién no se dejó vencer por la sordera y siente que pudo volver a vivir.
Por: Verónica De Martini